
Estaba vacía de horizonte la hora,
y las hojas del Werther,
rotas y envejecidas en el balcón,
volaron empapadas
a mis manos sin huellas dactilares,
borradas por el sudor.
Vacía estaba de dirección la hora,
y el sol de los charcos,
ahogados de norte y de hondo sur,
silenciaron la nube
aullante de este y oeste, y lejanía,
y quedó paz y quietud.
Eran huída los truenos y la brisa,
y maldición la lluvia.
Las horas leyendo en el balcón,
pasado y presente
ya eterno, eran pétreo monumento
regalado al bobo amor.
Todo eso fue aquella hora eterna,
y el alma y la mente,
fue un despertar contra el atardecer.
Y yo y el Werther,
ahora, somos la paz de un naufragio
bajo el último rayo de sol.
F.J.G.G.
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